Planet Diversity World Congress on the Future of Food and Agriculture

“Existen tantas maneras de cómo queremos vivir que nos olvidamos de vivir nuestra propia vida”

Olga Magnolia Pérez, agricultora, PERÚ

Nací en Higosbamba, un caserío de la provincia de Cajabamba, en el departamento de Cajamarca en la sierra norte del Perú. El lugar donde vivo es de clima templado; somos gente sencilla y trabajadora, la mayoría vivimos de lo que producen nuestras chacras y también de los animales que criamos como ovejas, cuyes, pavos y otros animalitos.

Cuando vamos a trabajar el fuerte sol quema nuestro rostro y nuestros brazos, pero es calmado y refrescado por una brisa suave que avanza desde el fondo del majestuoso valle de Condebamba, o también es sosegado por la sombra de un árbol de taya que nunca falta en nuestras chacras, linderos o cercas y que abunda en los pequeños bosques naturales que la naturaleza nos ha regalado.

La taya o tara es una de las especies forestales nativas de nuestra zona y del Perú. Cuentan los antiguos del lugar que esta planta ha sido utilizada desde hace muchos años como medicina para el dolor de garganta y para enfermedades respiratorias. En la actualidad, nos comentan los ingenieros que nos brindan asistencia técnica, el fruto de esta planta tiene muchos usos, entre ellos, en la curtiembre de cueros. Los árboles no son muy grandes pero pueden vivir muchos años. Los que tengo en mis parcelas existen desde que yo me acuerdo, nadie los ha sembrado… en realidad, no sé cuántos años tienen, pero son fuertes, de madera muy dura, tolerantes a la sequía y se adaptan a suelos marginales o pobres.

Hace algunos años, este árbol no era valorado ni cuidado por nosotros, al contrario, tratábamos de desaparecerlos para abrir nuevas chacras donde cultivar, o lo cortábamos para venderlo como leña o usarlo para preparar nuestros alimentos. Así poco a poco hemos ido acabando con ellos.

Pero ahora todo ha cambiado. En los últimos años el fruto que produce este árbol ha ganado buen precio en el mercado, existen varios compradores en el pueblo que quieren que les vendamos nuestra cosecha. Viendo esto y el apoyo de instituciones como AGROSERVIS, Asociación Civil Tierra y la GTZ nos estamos agrupando para poder manejarlos como si fuera un cultivo. En mi caserío somos 33 personas, de las cuales 13 somos mujeres, y estamos divididos en tres grupos. El trabajo lo realizamos en “mingas” o “aynis”, es decir, una semana se trabaja en la parcela de uno de nosotros, luego se retribuye el trabajo en otra parcela, y así hasta que todos hayamos completado el turno; y luego nuevamente empezamos una ronda. Con este trabajo solidario nos animamos y avanzamos más. El trabajo con este cultivo es duro, hay que limpiar las malezas del suelo, cortar las ramas, abonar y limpiar los hongos que se encuentran en las ramas y troncos, pero este trabajo tiene su recompensa ya que se gana buena platita. Ahora nadie piensa en cortar o matar estos árboles ya que son vida para nuestras famillas y nos permiten hacernos de nuestras cositas.

Yo vivía con mis padres en una casa viejita y pequeña. Nunca pensé tener una casa nueva, sobre todo por ser mujer campesina, ya que aquí se necesita fuerza para hacer las casas que son de adobe o tapial, hay que cargar las vigas o madera y significa bastante trabajo. Pero con la venta de mis quintales de taya que he cosechado de mis chacras he podido pagar a los peones y comprar mis tejas. Ahora tengo mi casa nueva, falta terminar algunas cosas pero lo principal ya está. Muchos pensaban que la municipalidad estaba construyendo una casa comunal pero ahora todos saben que es mi casa, y lo más importante es que la he construido con la venta de mi taya. Me he dado cuenta de que si manejamos bien nuestra taya, y realizamos todas las labores que necesita, se incrementa bastante la producción. Pero eso sí, cuando los frutos o vainas de tara están maduras debemos cuidarlas de “los amigos de lo ajeno” ya que quieren robarlas, pues ahora están a buen precio. Para la cosecha contrato peones y así puedo avanzar más.

Ahora todos en mi caserío de Higosbamba queremos sembrar nuevas plantas de taya. Con mi grupo tenemos nuestro vivero en donde producimos los plantones, y nos repartiremos nuestras plantas según el trabajo que tenemos. Todavía estamos vendiendo nuestra producción a los acopiadores de las empresas exportadoras, pero si nos organizamos mejor estoy segura de que podremos venderlos directamente a las empresas en Lima, eso ya han hecho algunos agricultores en el valle ¡y les pagaron unos solcitos más! La taya ahora se ha convertido en una esperanza y oportunidad para nosotros y nuestras familias. Necesitamos que las instituciones nos apoyen con sus conocimientos, hay mucho por hacer y aprender todavía. Recién hemos empezado a cultivar la taya y estoy segura de que juntos podemos lograr mucho más.

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